Estoy cansada de ver cómo domingueros con falta de conocimiento vienen al campo pretendiendo pasar un día relajado y divertido en compañía de amigos o familiares y luego se largan dejando su basura por todas partes. Llegan a un área de picnic con mesas y bancos de madera, se sientan, comen, beben, disfrutan y se van dejándolo todo lleno de envoltorios, latas de bebida e incluso botes vacíos de repelentes para mosquitos. ¡Si te ha gustado encontrar un área limpia y perfecta para pasar unas horas déjala en el mismo estado cuando te vayas!
A pesar de que no sean unas fechas con demasiada afluencia, siempre hay alguna familia o algún grupo de amigos que, aprovechando el buen tiempo y que en esta época del año aún se puede hacer fuego en el campo, deciden coger todos los bártulos, subirse al coche y emprender camino hacia algún área de picnic para hacer una buena barbacoa y respirar aire puro. El sábado, aprovechando que fue el único día de la semana donde el sol brillo verdaderamente, mi familia y yo hicimos lo propio para pasar una agradable jornada en el campo.
Cuando llegamos al área de picnic nos sorprendimos al ver que 5 de las 8 mesas que había estaban ya ocupadas, se ve que más de uno pensó como nosotros, pero tuvimos suerte de poder coger una de las restantes antes de que se llenaran del todo. A nuestra derecha, una familia con niños revoloteadores, y a nuestra izquierda, un grupo de jóvenes donde la media de edad estaría en los 24 años aproximadamente.
Comimos, disfrutamos, jugamos y nos reímos… sin embargo, los hijos de la familia de nuestra derecha no pararon de corretear a nuestro lado en ningún momento, consiguiendo, por ende, poner a nuestro perro totalmente histérico. Yo adoro a los niños, y no pretendo, ni mucho menos, que los mantengan sentados en la mesa cuando han venido al campo a jugar y disfrutar, pero tampoco me parece lógico dejarlos pasar corriendo y gritando, a escaso metro y medio de nuestra mesa. ¡Con lo amplio que es el campo y tienen que venir a gritar a mi lado! Pensé que tenían una gran falta de educación pero no dije nada porque quería tener la fiesta en paz. Luego, al no poder evitar mirar a los padres de los niños que seguían sin hacerles el más mínimo caso, observé que las señoras de la familia no dejaron de quejarse de los mosquitos poniéndose repelente sin parar y diciendo lo mucho que odian a los insectos. Y es verdad, había mosquitos, pero estamos en febrero, no era para tanto, y no quiero ni imaginarme que harán esas mujeres en pleno agosto.
No contamines
Es como esas familias que vienen a pasar unos días a las casas rurales que tenemos cerca de nuestra vivienda habitual, en el pueblo, y oigo a sus miembros cómo se pasan el día quejándose de que hay hormigas, mosquitos e insectos de campo… ¿Pero dónde se creen que van? Igual podrías quejarte si vieras hormigas en la terraza de un resort de lujo en Tenerife pero no cuando las ves en la terraza de una pequeña casita de campo. El caso es que se pasan el día echando spray para ahuyentarlos y poniéndose una loción repelente asquerosa que, en mi opinión, lo único que hace es contaminar el medio ambiente y repeler al resto de humanos porque los mosquitos siguen revoloteando a su alrededor. Si tanto te molestan te compras este mata insectos electrónico que por lo menos no lanza cantidades ingentes de C02 al ambiente y lo conectas en medio del salón, que aunque seamos de pueblo tenemos electricidad.
El caso es que a pesar de que no pude evitar fijarme en esa familia llegó un momento en el que desconecté totalmente y no volví a girar la cabeza hasta un par de horas después, cuando me di cuenta de que se habían ido y de que, en su lugar, estaban los jóvenes que antes teníamos en la mesa de la izquierda, pero no estaban jugando, comiendo o pasando el rato, estaban recogiendo basura del suelo.
Los chicos y chicas habían visto cómo la familia se había largado sin recoger su basura. Habían dejado una bolsa llena de sobras, papeles por el suelo, latas de cerveza vacías y, como no, el famoso bote de repelente tirado a un lado de la mesa, y ellos estaban recogiéndolo todo. Le dije a mis hijos que se levantaran inmediatamente al verlo, y junto a ellos, nos pusimos a recoger todo lo que la familia dominguera había decidido dejar allí.
Por un lado me enorgullecí de aquellos jóvenes, por otro me entraron ganas de salir corriendo en busca del coche de la familia que había estado allí con el fin de darles una buena paliza.
Y es que la gente no sé qué se piensa. Seguro que a ellos les había encantado llegar allí y encontrarse todo limpito y, sin embargo, no habían tenido el detalle de dejarlo exactamente igual. Es como esa gente, la mayoría adinerada, que compra una casa de campo y la reforma para usarla en fines de semana y vacaciones utilizando materiales urbanos y toda la tecnología que pueden.
Justo al lado de mi casa hay una de ese estilo, de unos madrileños, que en lugar de reformar una casa rústica reformaron una casa de campo para hacerla futurista. No pega nada con el ambiente ni el paisaje que tienen alrededor, pero desgraciadamente no podemos hacer nada. Recuerdo, de hecho, que cuando vinieron por primera vez al pueblo nos pidieron recomendaciones para llamar a alguna empresa de reformas y les dijimos que se pusieran en contacto con Rusticorum, una empresa especializada en materiales de construcción rústicos que tiene vigas de madera antiguas, mampostería de piedra, suelos rústicos y muchos más materiales que habrían encajado a la perfección en su vivienda. Pero ellos decidieron usar los revestimientos más modernos y urbanitas que podía haber en el mercado. Sinceramente, esa casa queda ridícula en medio de un pueblo tan rústico como el nuestro, pero allá ellos.
En definitiva, quiero hacer un llamamiento a todas aquellas personas que se topan con familias como la que yo tuve a mi lado el sábado, quiero decirles que no se callen, que les llamen la atención, que no dejen que se vayan de allí a ensuciar otra parte, que recojan lo que es suyo y respeten el medioambiente.